Con sabor a Esperanza.

Los recuerdos de mi niñez y adolescencia, están impregnados de alegría, de amor, de fraternidad, en fin de lo mejor que una niña y una jovencita, puede recibir. No recuerdos momentos tristes o de penas o dolores profundos, fui una personita muy amada por sus padres, muy cuidada y de paso por tener una personalidad muy tranquila en esas etapas, pues era más el cuidado que recibías además de mis padres, de la única abuela que conocí Por ende mi juventud fue la de una persona positiva con un profundo sentimiento de que la humanidad tiene mucho de bueno.

Mis años como estudiante Universitaria los goce al máximo e hice muchos amigos. Luego al graduarme en mis primeros empleos todo fue bien, hasta que no recuerdo bien como, pasé de ser una persona positiva a una pesimista y posteriormente negativa.

Al principio de esta nueva etapa en mi vida, no le di ninguna importancia y pensé que era un poco el paso de la juventud a la madurez, Posteriormente tuve algunos altibajos laborales y después por diversas circunstancias me quede sin trabajo. Fue entonces cuando esa etapa llamémosle, “obscura” hizo crisis. Fue entonces cuando pase a una etapa depresiva y lo cierto es que sin darme cuenta fui cayendo en una fase en la que todo lo veía difícil y no encontraba en mi persona cualidades e inclusive me sentía un a persona con poca inteligencia y me portaba distante con las persona pues no me creía capaz de sostener ningún tipo de relación con personas que no fueran de mi familia, me aleje de casi todos mi amigos, incluso de los más cercanos, En fin que creo que hasta puedo decir que era una persona amargada. Durante este periodo recibí ayuda médica y psicológica, las cuales me ayudaron bastante y de alguna forma salí de esa etapa depresiva y no lograba despuntar como la persona que yo quería volver a ser, llena de confianza en si misma, alegre, tranquila sin tantos gritos como estaba pegando a los demás porque no me daba cuenta que me los pegaba a misma-

Pero algo, durante esta etapa obscura de mi vida, no había cambiado, mi confianza en Dios, mi fe en las enseñanzas religiosas que desde niña había recibí y mi entrega en las manos de mi Creador. Y como un regalo divino llegó a mi vida El Diplomado en Inteligencia Emocional, y digo como un regalo, pues cuando supe de este curso, no tenía los medios para recibirlo y Dios a través de una persona me lo obsequio, y con éste, llego a mi vida la Luz de la Esperanza.

Cuando recibí tratamiento médico y psicológico pude darme cuenta del cambio en mi personalidad, pero por más esfuerzos que hacía por salir de la negatividad en la que me encontraba, pocos eran los logros, a pesar de recurrir incluso a cuestionarme sobre mi comportamiento poco Cristiano por no ver la alegría de Cristo en mi vida. Sin embargo desde el primer día del Diplomado, la esperanza regresó a mi vida, pues desde ese momento me dí cuenta que podía volver a convertirme en la persona positiva y feliz, que yo había sido y que estaba dentro de mi sólo que tenía que empezar con una rutina de gimnasia mental a fín de poder echar andar de nueva cuenta esas emociones que me permitirían regresar a ser la Tere que algún día fui. La noticia de que mis buenas emociones todavía las conservaba pero que tenía que ponerlas a hacer ejercicio para que se fortalecieran y parecieran de nueva cuenta en vida me lleno de esperanza y me motivaron a no dejar pasar de largo el Diplomado y saborear cada instante en los cuales acudía a mis clases y como una esponjita me iba llenando del agua de la buena nueva que para mi representó en saber que no perdemos nuestras buena emociones.

Por otra parte, la paciencia, el buen trato, el cálido recibimiento que de Emilio recibí me ayudo en gran medida a perseverar, lo mismo que mis compañeros de clase, de quienes recibí un acervo enorme, con todas las experiencias que compartimos y que me enriquecieron, en esta nueva etapa de mi vida, en la cual me doy cuenta de que debo soltar las amarras del miedo, de la desconfianza, de la tristeza, del dolor, de la desesperanza, para darle paso al dulce sabor de la esperanza en un mejor vivir, en un mejor amar, en un mejor disfrutar de las pequeña y grandes cosas de la vida, pero sobretodo y ante todo de mi misma. De pedirle cada día a mi Dios, que me permita verme como una persona feliz y positiva como yo había sido y en la cual yo misma puedo creer y confiar como mi mejor amiga y mi mejor maestra, cuidando cada día de mis pensamientos palabras acciones, familiares y amigos.

Por último quiero reiterar lo que en alguna ocasión dije en clase. Que este Diplomado si había cambiado mi vida, pues personas cercanas mí así me lo habían expresado, que el cambio se notaba en mí.