El pesimismo y la depresión:
Por el Dr. Emilio Zermeño Torres

Escribí en artículos pasados que la felicidad es ante todo un sentimiento, una emoción que puede tener varios orígenes, pero uno muy importante, y que es el que nos ocupará en este artículo, es que la felicidad depende de la actitud con que nos percibimos a nosotros mismos, de la actitud con que percibamos el mundo que nos rodea, y de la actitud que tengamos hacia el futuro proyectamos.

Es decir, nosotros enfocamos el mundo mediante lentes que han sido pulidas y troqueladas a través de nuestro desarrollo desde la niñez. Algunas lentes nos permiten vislumbrar un mundo bued712i20370h162141no, colorido, lleno de oportunidades y esperanzador. Pero otras lentes son oscuras y monocromáticas y hacen que las personas descubran un mundo malo, gris, lleno de peligros y desesperanzador. ¿Que han descubierto los psicólogos sobre el porqué de estas diferencias? a continuación expongo el modelo del psicólogo Martin Seligman quien desarrolló una ingeniosa manera de estudiar el origen de las actitudes que llevan al pesimismo y la depresión.

Seligman y sus colaboradores reconocen que el origen de las lentes oscuras, y por tanto de la depresión, es una estructura cognitiva, es decir, cerebral, llamada Desamparo Aprendido. Para estudiar este fenómenos expusieron a un grupo de perros enjaulados e impedidos de todo movimiento físico, a una serie de 64 choques eléctricos (dolorosos, pero no dañinos) en una de sus patas. Los choques no son señalados y su longitud, intensidad y frecuencia no pueden ser influenciadas por el animal. Otro grupo de perros es expuesto al mismo procedimiento, en una jaula conectada a la primera, pero el animal puede desconectar el choque con un movimiento de cabeza. Ambos grupos de perros, expuestos en pares, reciben el mismo número de choques y al mismo momento, pero el primer grupo estará expuesto a la controlabilidad del choque que logre el segundo grupo. Si el perro del segundo grupo lograba evitar exitosamente el choque eléctrico, también el perro del primer grupo escapaba del choque, pero si aquel no tenía éxito, éste también lo recibía.

En una segunda fase del experimento, 24 horas después, ambos grupos son expuestos en una jaula a un choque el cual es anunciado por una luz. El choque puede evitarse saltando simplemente una barra divisoria. El perro debe aprender de este modo a evitar el choque eléctrico. Adicionalmente se incluye en esta fase a un tercer grupo de perros «ingenuos» (no entrenados previamente) que también son expuestos al aprendizaje de evitación del choque.

Los resultados de este experimento son sorprendentes. Y vale la pena subrayar que ha sido replicado con varias especies de animales, y utilizando esencialmente el mismo paradigma, con el mismo ser humano. El grupo ingenuo aprendió rápidamente a saltar la barrera divisoria tan pronto como se prende la luz. El grupo con entrenamiento en evitar el choque en la primera fase aprende, aunque más lentamente, y después de mostrar algunas conductas claras de estrés, también a saltar la barrera. El grupo de desamparo, es decir, que no tuvo influencia en desconectar el choque en la primera fase, mostró las siguientes conductas: lloriqueo, correr al rededor de la caja, defecar y orinar. Después de un tiempo se observó que cada uno de los perros «desamparados» se colocaban paralizados en un rincón de la caja, sin mostrar ninguna resistencia ante el choque. Peor aún, cuando casual u obligadamente pasaban la barrera no descubrían que así habían escapado al choque y en la siguiente ocasión mostraban de nuevo conductas de desamparo. Es más, la conducta de desampara persistía incluso cuando se obligaba al perro a librar la barrera por más de 100 veces. Como que después de 120 ensayos el perro comenzaba a percibir que el saltar la barrera se relacionaba con la omisión del castigo y que él tenía que ver algo en ésto.

El factor clave en estas investigaciones es la controlabilidad del choque. Es decir, el primer grupo de perros aprende que hicieran lo que hicieran no tenían acceso a modificar las condiciones del medio ambiente que les hacían sufrir; el segundo grupo aprende que ellos podían hacer algo, aprende que podía manipular ciertas circunstancias del medio ambiente para poner fin a amenazas y sufrimiento.

¿Existe alguna coincidencia de la reacción de estos animales con las actitudes y con los comportamientos depresivos de seres humanos? Al parecer la persona depresiva, al igual que los animales, aprende desde su primera infancia que haga lo que haga sus condiciones y su suerte no llegarán a cambiar. Es como si durante su crecimiento se halla programado su cerebro a percibir su medio ambiente, su futuro y su propia persona en términos negativos y pesimistas. Al llegar a la edad adulta el pesimista cuenta con tal troquelamiento mental que aunque la realidad sea otra, percibe el mundo filtrado a través de sus oscuras y tenebrosas lentes. Si a este efecto de troquelamiento añadimos el efecto del auto-cumplimiento de las propias profecías, ya mencionado anteriormente, ¿cual es el resultado para la persona? Bueno, pues el resultado es el profundo estado depresivo y derrotista de la persona y su programación para futuros fracasos.

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